LA AURORA BOREAL EN CUENCA

Antonio Rodríguez Saiz


Acontecen, a veces, sucesos que muy bien podrían ser motivo o razón de alegría, entretenimiento, aprendizaje, asombro o simple pasatiempo. Por el contrario, en otras ocasiones, el mismo suceso se convierte en miedo, susto, preocupación…

Esto último sucedió a los habitantes de Cuenca -igualmente en otros sitios- con una población de 17.210 habitantes, algunos combatiendo en los frentes de la guerra civil, ante la presencia de un fenómeno desconocido al anochecer del martes 25 de abril del año 1938 hasta las 3 de la madrugada, aproximadamente, del día siguiente cuando en el cielo con gran sorpresa, se vio un fenómeno luminoso, llamado aurora boreal que según expertos en la materia dicen que tiene su origen cuando el sol dirige a la tierra poderosos y abundantes chorros eléctricos llenos de protones y neutrones que al contacto con la atmósfera, esa envoltura de aíre que rodea el globo terráqueo, ocasiona un campo magnético contemplado como fenómeno luminoso.

Mejor que tecnicismos, que ignoro, para conocer el acontecimiento en la capital conquense es acudir al relato de lo visto aquellas horas por un testigo presencial como fue el conquense, Luis Cañas López auténtico coleccionista de recuerdos. Tenía entonces 9 años de edad y dice así:

“El cielo nocturno, oscuro, empezó a dejar de serlo y, como si de un amanecer, poco a poco se fue iluminando con un brillo rojizo. Nosotros, desde la parte trasera de mi casa en la calle del Agua, veíamos asombrados cómo en el cielo, por encima del cerro en donde se ponen las cruces de Semana Santa, salía y se movía una masa nubosa roja fluorescente y cambiante, por unos momentos en forma de rayos y en otros de volutas y espirales, que, con fogonazos temblorosos de diferentes tonos rojizos, emitía luz y clareaba todo el cielo. Ese cerro que apenas se vislumbraba y cuya silueta se recortaba en el oscuro cielo, se veía iluminado de rojo”.

Otro relato sobre la aurora boreal nos hacía después en El Día de Cuenca, el canónigo y párroco, Domingo Muelas Alcocer que presenció el fenómeno, cuando tenía 10 años de edad, en su pueblo natal de Pajares, localidad de la comarca del Campichuelo que junto a Villaseca fueron ambos anejos de Torrecilla y actualmente es uno de los 8 pueblos que forman parte del municipio de Sotorribas.

“Una lástima -nos contaba- haberla visto con miedo. Se veía desde Pajares en dirección a Guadalajara, la aurora boreal. Fue el espectáculo más grandioso que se pueda presenciar: unas ramas, unas haces de luz rojos, luego volutas azules, unas llamaradas inmensas… me parece que aún lo estoy viendo entre las faldas de mi madre. Decían que era un castigo de Dios, que estaba casi tocando la tierra, que cuando la tocara todos quedarían carbonizados”.

Es fácil, a la vista de las narraciones y otras orales recogidas sobre lo sucedido, comprender el desconcierto y sobresalto, por el acontecimiento repentino que provocó la aurora boreal entre los residentes de Cuenca, semejante al de otros sitios, que hacían suposiciones tratando de llegar a las causas de esta visión inesperada y marcada ya de forma indeleble.

Entre otros más podemos destacar la creencia que se trataba de un gran incendio en los extensos montes de la Serranía de Cuenca, gran parte propiedad del Ayuntamiento de la capital gracias al Fuero concedido por el rey Alfonso VIII a finales del siglo XII, después de la conquista.

No es extraño que un buen número de nuestros mayores afirmaran que era consecuencia de la guerra civil donde tristemente se enfrentaban los españoles y más si se tiene en cuenta que, por la proximidad, se conocía la cruel batalla en Teruel entre los dos bandos aquel gélido invierno. Después se conoció que, en la misma fecha, 25 de enero de 1938 tuvo lugar sobre la ciudad aragonesa una ofensiva del ejército republicano que fracasó.

Tampoco faltaron personas que consideraron atribuir el suceso a un bombardeo en las inmediaciones como el sufrido días antes (11 de enero) al mediodía sobre la estación de ferrocarril, con varios muertos. Fue uno de los tres bombardeos que padeció Cuenca durante la guerra.

Después de todas las versiones que se escucharon en la ciudad, aunque no solamente en Cuenca, fue la más llamativa aquella que se afirmaba por un buen número de personas que se trataba de un castigo de Dios y que tenía relación la profecía que la Virgen reveló (1917) a los tres pastorcillos de Fátima: “Cuando vosotros veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sepáis que es la gran señal que os da Dios de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la Guerra, del hambre y de las persecuciones contra la Iglesia y el Santo Padre”.

“La aurora de la guerra”, así llamada dejó un recuerdo imborrable en Cuenca. Fue frecuente durante años posteriores referirse a ella por quienes la presenciaron y aquel temor e incluso miedo que padecieron, al principio, fue con el tiempo transformándose en recuerdo de un suceso extraordinario y grandioso que causó admiración entre aquellos que tuvieron la suerte de presenciar en contraste con el sufrimiento prolongado ocasionado por la guerra.

 

Octubre 2021