El día que el río Huécar se salió de madre y anegó las calles

 

 

Cuenca, efectivamente, tampoco se hizo para ciegos y tiene la enorme ventaja de ser fácilmente captada y entendida. Cuenca misma, puede hacer de guía permanente al curioso espectador y adentrarlo en sus rincones, recovecos, simas y alturas, que pueden incluso, forjar una nueva leyenda, que añadir a las muchas y variadas ya existentes, al paso por los lugares, mientras se abren a horcajadas sus bellezas incomparables, haciéndose más apasionante, hasta quedar unida íntimamente a ella, en un claro y bello idilio, que se siente y palpa para siempre, aunque haga sufrir hasta el fin de los días, como al gran César.

Imaginar Cuenca sin el río Huécar, que la rodea por mediodía y occidente, es harto imposible, sencillamente porque ya no sería nuestra ciudad.

En su corto recorrido desde Ojo de Mejía, allá arriba de Palomera, hasta el hoy jardín de la Trinidad o sitio del Remedio, el Huécar  mostraba en el pasado su quehacer hacendoso y fructífero, moviendo molinos de papel y harineros, lavando en sus aguas frescas, batanes, regando -como ahora- las huertas cuidadas con esmero por nuestros hortelanos de los hocinos, dibujando a su paso la incomparable y maravillosa hoz que lleva su nombre, debida a la paciente y continua erosión de siglos y siglos de reposado trabajo, sirviendo en otros momentos de ayuda y defensa a la ciudad ante el peligro de invasiones, tan frecuentes en la historia conquense y siempre de espejo donde se asoman edificios y ruinas históricas que hablan de nuestra historia pasada y presente y quién sabe si incluso futura.

CUANDO EL HUÉCAR SE DESBORDA

Pero el Huécar tiene, como todos los ríos, su otra cara, llegando incluso a peligrar su paso por la ciudad, cuando los vecinos de la calle de los Tintes observaron que ya no cumplía las misiones de antaño, generadoras de riqueza y se había convertido en un lugar lleno de suciedad, maloliente y nocivo para la salud, pidiendo en 1926, por medio de una instancia al Ayuntamiento su desaparición.

También el Huécar, pequeño en su caudal y recorrido, hizo en algún momento, con el ímpetu de sus desaforadas aguas, daños y perjuicios en su recorrido al desbordarse, como cuenta Muñoz y Soliva de la ocurrida el 10 de junio de 1804 a consecuencia de la gran cantidad de lluvia caída en Palomera (en la capital no llovió), obstruyendo los puentes de la Puerta de Valencia y del Postigo, al arrastrar hasta ellos la madera del molino de San Martín, llegando a destruirnos -cuenta- una casa junto a la Puerta del Postigo (en las Escalerillas del Gallo), perdiendo la vida dos chicos.

O, también, otra que tuvo lugar cincuenta y cinco años después, el día de Navidad, con más agua que la anterior y que llegó a cerrar en algún momento el ojo del puente de Canales, próximo a los muros del edificio de Palafox, unos cientos de metros más arriba, arrancando de su emplazamiento varios sillares del puente de la Puerta de Valencia.

13 DE AGOSTO DE 1947

No fue, por ello, nuevo para Cuenca que los vecinos de la ciudad presenciaran una nueva riada y el desbordamiento de las aguas del río Huécar.

Ocurrió este hecho el miércoles día 13 de agosto de 1947, sembrando el pánico y la desolación en sus habitantes por las consecuencias que se derivaron.

Las huertas de la carretera de Palomera quedaron inundadas por el fuerte caudal del Huécar, que se salió de su cauce, cegando los puentes que atravesaba en su fiero recorrido, dejando las huertas llenas de troncos de árboles, piedras, lodo, etc., derrumbándose los muros de contención que las protegía.

Al ver la gran avenida llegar al casco de la ciudad, la gente daba gritos y voces de alarma y ayuda, sin tiempo para poner casi nada a salvo. Las monjas Concepcionistas de la Puerta de Valencia en su convento (fundado en 1504, único que estuvo durante tiempo fuera de las murallas de Cuenca), sólo pudieron poner a salvo el Sagrario de su iglesia, renovada por Martín de Aldehuela, cuando ya las aguas entraban por su interesante portada barroca, derribando tabiques, destrozando bancos, confesionario, algún altar, y las aguas alcanzaban 1,70 metros aproximadamente de altura.

En las casas que están en la calle de los Tintes el agua llegó hasta 2 metros. En la taberna que allí hubo, hasta hace poco, el furor de las aguas destrozó tinajas, banquetas, mesas, mostrador y otros objetos.

La típica calle de Fray Luis de León, en honor del sabio belmonteño, conocida de siempre por la calle "del Agua" -nunca mejor dicho-, conoció en toda su extensión la fuerza irresistible del agua, que llegó hasta la puerta de la farmacia que está en el cruce con Carretería, debiéndose utilizar barcas para el desalojo de vecinos. Herramientas de trabajo de pequeños artesanos que allí tenían sus talleres vieron desaparecer sus utensilios y mobiliario de sus casas, así como los vecinos de ellas, teniendo   que   estar   varios   días   después sacando   el   agua   y   barro   que   se   había almacenado.

En el Colegio de las Madres Josefinas (cien años se han cumplido ahora de eficaz y fructífera presencia en Cuenca), entonces situado en esta calle, las aguas llegaron hasta las aulas a una altura media de metro y medio, rompiendo ventanas, cocinas de hierro, que junto con su huerta y los animales que tenían en la parte posterior del edificio fueron pasto de la catástrofe, y "una imagen del Niño Jesús fue encontrada en el Puente de Palo y dos cerdos fueron hallados en San Antón". Ante tanta desolación y desgracia hubo que trasladar al Seminario Mayor de San Julián, que estaba sin utilizar en esas fechas, por estar los seminaristas de vacaciones, a las ochenta niñas huérfanas que había en el mencionado centro.

Dada la época del año, los puestos de frutas que había junto a la Plaza del Mercado y que tenían en esos momentos unos treinta y cinco mil melones fueron dispersados del lugar y esparcidos por una amplia zona.

Fue sin lugar a dudas una jornada de pesar para todos los conquenses, muy especialmente para las personas que habitaban esos lugares, creando muy variados problemas, agudizados aún más, considerando que en aquel año, Cuenca, igual que el resto de España, pasaba por momentos difíciles y de necesidad manifiesta.

"A RÍO REVUELTO"

Nos recuerda la crónica de aquel suceso que "todos los conquenses..., excepto ciertas personas que hicieron suyo el refrán ¡A río revuelto... y se dedicaron a "pescar" los objetos que el agua arrastraba", colaboraron en la ayuda a los damnificados por la catástrofe.

Debe recordarse también que no fue esa riada del Huécar la única en la fecha comentada, pues aunque menos conocida, el río Moscas de poco desnivel desde su nacimiento en el término de Fuentes, se desbordó, anegando sus tierras de alrededor, desde el vecino pueblo de Mohorte, hoy barrio de Cuenca, formando un gran embalse al quedar taponado el puente que, unido a la carretera de Alcázar, muy cercano a la fábrica de harinas allí existente, hicieron de muro de contención a las aguas que llegaron a rebasar los tres metros de altura y una anchura de trescientos metros, viendo la fábrica dañada y deteriorada su maquinaria y arrastrando el trigo y salvado que almacenaba, como la harina que flotaba en los sacos, por el lugar.

Si penosa fue aquella jornada, no fueron menos las siguientes, con todo lo que conlleva estos desastres, aumentado por el poco eco y conocimiento que suscitó a nivel nacional.

Hoy nos encontramos con una conducción de las aguas del Huécar, aceptable con su cauce desviado y canalizado en algunos tramos, haciéndose menos de temer ante los agentes atmosféricos que en ocasiones juegan malas pasadas a los sitios por donde pasan y corren sus aguas.

 

Antonio Rodríguez Saiz