QUE DESAPAREZCA EL RÍO HUECAR EN LA CIUDAD

Antonio Rodríguez Saiz


Tranquilícese el lector porque el título puede parecer llamada a un deseo de rogar, exhortar e incluso mandar con el fin que el río Huécar, de corto y escaso caudal frecuentemente, desaparezca a su paso por Cuenca en el momento presente. Nada más lejos de la realidad pues, el afluente del Júcar se encuentra en un estado de normalidad aceptable y mejorado, recordando aquellos versos del romance que le dedicó el poeta Gerardo Diego:

 

“Y el Huécar baja cantando,

sabiendo lo que le espera

 que va al abrazo ladrón

 de su nombre y de su herencia.

Y el Huécar baja contento

 y cantando pasa el Huécar,

 torciendo de puro gozo

sus anillos de agua y menta”.

 

Entonces, ¿qué causa o razón existe para titular así este artículo?

No siempre el Huécar ha ofrecido, en parte de su recorrido, una visión como aquellos años cuando casi desde su nacimiento en Ojo de Mejía, a 4 km del pueblo de Palomera reflejaba una imagen fructífera y provechosa moviendo sus frescas aguas molinos de papel, lavaderos de lanas, molinos harineros, regando fértiles huertas, con más intensidad que ahora y siempre dibujando en su recorrido la incomparable y espléndida hoz que da nombre e incluso en momentos pretéritos sirviendo de ayuda y defensa ante las acometidas de enemigos que pretendían penetrar en la pacífica ciudad amurallada y que me he referido en otras ocasiones.

En situación opuesta nos encontramos con algún tiempo donde el río Huécar fue un grave problema, a su paso por la ciudad estelífera. Mostraba un aspecto deplorable y lastimoso sinceramente, duele decirlo, degradante y sumamente preocupante para las autoridades locales -creo- y vecinos de la población.

La Junta Provincial de Sanidad ya informaba al Ayuntamiento sobre las condiciones antihigiénicas del Huécar que constituían un foco propagador de infecciones y contagios. ¿Quién era el responsable de ello? Sinceramente no sólo las corporaciones que se iban sucediendo mientras el problema permanecía sino igualmente, en la parte alícuota que les correspondiera, algunos vecinos que arrojaban objetos basuras e inmundicias que se unían a los desagües de las viviendas que iban a desembocar al río.

Ante este problema permanente y que no llegaba la inevitable solución un grupo de vecinos presentó un escrito al Ayuntamiento de la ciudad fechado el 15 de septiembre de 1926. Eran sus primeros firmantes, Antonio Gallego y Marcos Cardete confiados -decían- “de los buenos propósitos que animan a todos los que forman esta Corporación Municipal, acudimos confiados en que atenderá nuestro ruego”.

En él recordaban, para que se tuviese en cuenta, que el Ayuntamiento tenía desde hacía años el deseo de hacer desaparecer el río Huécar en su recorrido por la parte baja de la capital; lugares conocidos por huertas del Puente de Palo (actualmente Parque del Huécar) y calle de Odón de Buen, así se llamó la de los Tintes desde 1913 a 1943 en honor del ilustre catedrático de Historia Natural, gran divulgador de bellezas naturales de Cuenca, especialmente de la Ciudad Encantada, con quien se tiene pendiente una deuda de gratitud.

Hacían hincapié e insistían que la solución no llegaba “y los habitantes de Cuenca (que no son sólo los de la calle de Odón de Buen, Puerta de Valencia, calle de la Almoneda [sic] y Plazuela de las Escuelas) siguen percibiendo inmundos olores y pequeños y mayores sufren los efectos perniciosos de enfermedades infecciosas, porque el foco productor de todas ellas, el río, no desaparece y cuando al hijo lo come la fibra se medica todo y en esa maldición va envuelto nuestro Ayuntamiento”.

Reconocían los firmantes que no iría en detrimento ni quebranto de lo solicitado para otras obras necesarias de la ciudad: pavimentación de calles y plazas, edificación de dos grupos escolares que se encontraban en trámites preliminares. Uno de ellos destinado a Escuela de Párvulos (3 grados), que tuvo una deficiente construcción, inaugurado el 23-9-1928 denominado “Primo de Rivera” y en su solar se hizo después de la guerra el Gobierno Civil (hoy Subdelegación del Gobierno) y el otro que aún cumple su función educadora llamado “Ramón y Cajal”; se aprobó el proyecto por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes cuyo titular era, Eduardo Callejo de la Cuesta en la primavera de 1926 pero por diversas vicisitudes no comenzó a funcionar hasta 1934.

No se olvidaban en la enumeración de la construcción a realizar del Mercado Municipal, donde hoy se encuentra la Plaza de España, demolida por acuerdo municipal de 1973, “y mil obras más que hermosean esta población, pero no olviden que el río es foco permanente de enfermedades infecciosas que a todo trance hay que hacer desaparecer”. Se concluía con un final preciso y contundente “que inmediatamente desaparezca este río Huécar, canal de inmundicias”.

 

 

Creo que leído lo anterior, se entiende perfectamente el título dado a este artículo.

El día 7 del mes siguiente a la presentación de la petición el arquitecto municipal, Fernando Alcántara Montalvo estimaba y expresaba en un informe que no era oportuno acceder a lo solicitado, por estar en estudio un proyecto de desviación y saneamiento del río Huécar. Así se comunicó al primer firmante del precitado escrito, Antonio Gallego.

Mientras, las causas expuestas continuaban. Se llegaría a la fecha del 8 de febrero de 1927 cuando se abrió un plazo (20 días) para proceder a la provisional adjudicación de las obras de desviación que, para situar a algún lector, comienza frente a la Cueva del Tío Serafín (antes del Orozco) y continúa por el interior de la ciudad hasta el río Júcar en el paraje del Recreo Peral.

Cumplido el plazo resultó mejor oferta la presentada por, Carlos Cambra Mouret por importe de 125.743´16 pesetas, pero al tener derecho de tanteo la sociedad, Ángel Aisa y Hermano hizo uso del mismo y se le adjudicó a esta sociedad zaragozana por este precio firmando por parte del Ayuntamiento el alcalde, Cayo Faustino Conversa Martínez y el 2º teniente de alcalde, Cecilio Lucas Castellanos, en representación de la empresa adjudicataria firmaría el procurador, Francisco Meler Royo.

Unas obras que merecen una exposición más amplia y detallada que escapan al propósito de estas líneas pero que no impide destacar por mi parte, que la obra fue un cúmulo de contrariedades, desaciertos y anormalidades de todo tipo como refleja la carta de 16-9-1931, enviada a la sociedad adjudicataria por el alcalde republicano, Juan de Mata Romero Moranchel que había sido el concejal más votado en la ciudad, según los resultados de las elecciones municipales de ese año.

En la misiva les informaba del acuerdo tomado por la Corporación Municipal de “depurar las responsabilidades que de ello pudieran derivarse para hacerlas efectivas en defensa de los intereses del común que se estiman lesionados”. Tenían toda la razón el alcalde y concejales porque se había incumplido, ampliamente, el plazo estipulado para la terminación de la obra y muy importante el trabajo realizado no se correspondía con el proyecto.

Sería el 23 de septiembre de 1935 cuando el Ayuntamiento aprobaría el acta de recepción definitiva y demás requisitos. Nueve años exactamente después de aquella petición vecinal.

 

 

Diciembre 2021

 

Fuente: 

Archivo Municipal de Cuenca. Negociado de obras legajos:2288-1 expediente 51 y 2326 expediente 6.