JULIÁN ROMERO EL DE LAS HAZAÑAS Y CUENCA

 

Antonio Rodríguez Saiz - Junio 2018


El presente mes de junio, Cuenca ha tenido cierta actividad cultural generadora de noticias en la sede del Centro Cultural Aguirre en torno a una figura singular nacida en la provincia de Cuenca que adquirió justa fama  por sus hechos realizados en el siglo XVI: JULIÁN ROMERO DE IBARROLA.

Se ha celebrado el I Ciclo de Historia Militar organizado, con éxito por Miguel Romero; presentación del libro Julián Romero el de Las Hazañas, del periodista y escritor conquense, Jesús de las Heras y el anuncio del evento nacional con teatro, encuentros gastronómicos, concursos, desfiles, visita castrense del Regimiento de Sicilia, conciertos musicales, conferencias y colocación de una escultura en honor del famoso militar, obra de Lorenzo Redondo, todo ello en la localidad serrana de Huélamo, una de las localidades junto con Torrejoncillo del Rey que se disputan el lugar de nacimiento de Julián Romero ( otras poblaciones también lo hacen con razones menos consistentes y sin éxito: Alcázar del Rey, Arcos de la Frontera y Antequera).

Lo verdaderamente cierto, es que el valiente y reconocido militar, Julián Romero es conquense de nacimiento.

Su padre, Pedro de Ibarrola, vizcaíno fue maestro mayor de obras y entallador. Juana Romero, su madre, nació en Torrejoncillo de Huete, anteriormente llamado así hasta que el rey Carlos I lo hace villa el 10 de julio de 1537 y queda desmembrado de la ciudad de Huete. Allí en Torrejoncillo se casaron sus padres y él se alistó de mochilero, iniciando una brillante carrera militar.

Fue el primero de la familia que tuvo por nombre Julián y es curioso ver como se le impone ese nombre al nacer en 1518 que coincide en la fecha con el traslado en la catedral de los restos del segundo obispo de Cuenca, San Julián desde la capilla de Santa Águeda hasta la nueva capilla llamada Vieja de San Julián o de la Reliquia, donde estuvieron desde ese año hasta 1760. Con motivo de ese traslado tuvieron lugar en Cuenca diversos actos religiosos en honor del obispo limosnero; hecho coincidente que no descarto pueda tener alguna relación con la elección del nombre por los progenitores de quién llegaría a ser maestre de campo.

No es mi intención hacer una descripción de su intensa vida en la milicia que pasó por todos sus grados: mochilero, mozo de atambor, soldado, cabo de escuadra, alférez, capitán hasta ser nombrado maestre de campo (rango militar de mayor categoría en su época), otorgándole Felipe II el bastón de mando después de la batalla de San Quintín donde el ilustre paisano combatió y, cuentan las crónicas, que fue decisiva su intervención porque al ser excelente conocedor del sitio francés, donde tuvo lugar la batalla, aconsejó con acierto hasta las más altas instancias el lugar más vulnerable para atacar y vencer al enemigo.

Decía que no es mi intención entrar en la detalle de su vida militar; puede el lector hacerlo entre otros en el libro citado de Jesús de las Heras (Edaf 2018), Julián Romero de Ibarrola: Un conquense en Flandes de Mariano Briones Moreno o él más extenso y completo que lleva por título el nombre del célebre conquense editado en 1952, por Espasa Calpe, S.A., obra del escritor y académico, Antonio Marichalar Rodríguez, marqués de Montesa.

Sí es mi deseo centrarme en la ciudad de Cuenca donde tiene dedicada la calle más visitada por turistas que llegan hasta la ciudad y quedan impresionados por el encanto de su recorrido y las hermosas vistas de la Hoz del Huécar que desde esta calle se divisan.

El nombre de la calle Julián Romero se acordó por el Ayuntamiento Pleno el 29 de noviembre de 1950 para denominar no la que hoy conocemos con este nombre sino otra en el popular barrio de Tiradores Altos (con la letra H), acuerdo municipal que fue revocado y vuelve a llamarse otra vez con su anterior denominación, mientras que la conocida por Ronda del Huécar pasa a designarse de Julián Romero (sesión municipal 17-10-1955) en recuerdo del famoso conquense que tanto se distinguió en las guerras de Flandes e Italia (siglo XVI) y acabó cojo, tuerto, manco y sordo.

Era esta calle, hasta entonces, una ruta inexistente, espacio totalmente intransitable y abandonado donde algunos vecinos de la singular calle de San Pedro habían reducido y convertido en corralizas destartaladas y sucias para su aprovechamiento particular, dejando a los conquenses sin el derecho aquí a poder contemplar por este sitio los paisajes naturales más pintorescos y bellos que alberga la ciudad de las Hoces.

Se realizaron un conjunto de obras técnicas de saneamiento, recubrimiento de suelo con pavimento firme, alumbrado público, muros de seguridad para evitar imprudencias y caídas, miradores abalconados a la Hoz del Huécar realizados en los solares que hasta su adquisición  habían sido propiedad de la Fundación Benéfico Docente Luisa-Natalio creada para el fomento y promoción educativa de los conquenses. Estos terrenos no eran necesarios para el cumplimiento de los fines de esta fundación.

También se adquirieron terrenos propiedad de Vicente López Ballesteros e hijos.

Se instalaron en la Ronda (o calle) de Julián Romero antiguas rejas de forja artística procedentes de pueblos de la provincia, colocación de fuente pública y otros….

El recorrido de la calle tiene una longitud de 400 metros con dos pasadizos cubiertos. Se inicia entre un extremo de la Catedral Basílica y la parte lateral derecha de la casa situada en el número 2 de la calle San Pedro que, por error, sigue adjudicándose esta propiedad antiguamente al célebre canónigo Juan del Pozo, fundador del convento de San Pablo (hoy Parador Nacional) y del puente del mismo nombre costeados a sus expensas; así mismo indicar que el escudo que hay en la puerta principal no es del famoso canónigo.

Continúa la calle con estrechamientos, establecimientos gastronómicos de interés, pasadizos y miradores con amplias vistas que deslumbran a quienes las contemplan hasta su recorrido final en la placeta del antiguo convento de Carmelitas Descalzos (hoy convertido en museo de la Fundación Antonio Pérez), a la espalda de la antigua iglesia de San Pedro.

Esta apertura de la emblemática calle formaba parte de un estudiado plan de los años 50 (s.XX) para recobrar y rescatar espacios, edificios, portadas que el tiempo o la desidia habían hecho desaparecer o estaban a punto de ello y de este modo, igualmente, prevenir el riesgo de desaparición en la provincia de piedras, portadas y rejas históricas que habían dejado de tener interés para los propietarios de esos bienes y podían llegar a fenecer. No debe olvidarse que, por aquel tiempo, hubo también donaciones generosas que se hicieron para colaborar en las interesantes obras que se estaban emprendiendo en la capital.

A finales del mes de febrero de 1956, la comisión permanente municipal, aceptó poner el escudo de armas en la calle de Julián Romero.

Esta misma comisión reunida el 30 de octubre de 1956 acepta el presupuesto del escudo realizado por los reconocidos marmolistas, Fortunato y Juan José Martínez Ramiro, en piedra “almorquí” para ser colocado en la calle dedicada al ilustre conquense, por un importe de 975 pts y sea abonada esta cantidad con cargo al presupuesto ordinario. Con anterioridad la Comisión de Fomento había informado favorablemente.

El escudo de armas de Julián Romero, siguiendo al historiador Antonio Marichalar, que aquí se reproduce es: escudo de sinople con la banda de oro, estrella de oro y creciente de plata, con la cruz acolada de Santiago, lleva la leyenda “ sine causa et principio imposibile ese”.

Sería bueno y procedente que saliese a la luz este escudo de armas, si aún existe en algún zaquizamí o algo parecido de alguna dependencia municipal y se situase en el lugar que en su fecha fue acordado y realizado el pago por su ejecución.

A todo ello, añadir que en sesión de la Comisión Permanente Municipal de fecha 20 de abril de 1959 el primer teniente de alcalde, Manuel Pando López , propone colocar el escudo en la calle Ronda. Queda claro, que hasta esa fecha no se había colocado y con el paso del tiempo se ve que la propuesta del edil Pando no se tuvo, lamentablemente, en cuenta. Y así seguimos.

En el mismo sentido debe procederse con el retrato del maestre de campo Julián Romero, obra del pintor conquense Luis Roibal, que por acuerdo municipal (10-6-1957) adquirió el Ayuntamiento por importe de 5.000 pts.

En la presentación del libro publicado por Jesús de las Heras (22 de junio) tomé la palabra en el coloquio haciendo alusión a la placa y cuadro motivo de estas líneas y cuál fue mi grata sorpresa, cuando dos de los asistentes tenían conocimiento de la existencia del cuadro: está – dijeron – en el Museo de Cuenca, aunque deteriorado pero no habría problema  por parte de su autor para ser restaurado.

Y ya puesto a recordar lo que pudo ser y no fue con respecto

“ del gallardo capitán

de Cuenca, Julián Romero”

como diría Lope de Vega, indicar que en el año 1955 la Diputación Provincial de Cuenca constituye una junta para perpetuar la memoria de sus hijos ilustres, parece que con nulo resultado visible.

Por aquellos años 50, se abrió un concurso-invitación de maquetas para hacer un monumento y colocar en un paraje interesante de los muchos que tiene el pueblo de Huélamo. Se pidió ayuda al Ayuntamiento de la capital y éste aceptó participar con 40.000 pts (año 1955).

Uno de los participantes se sabe que fue el escultor de Gascueña, Fausto Culebras. Consistía en la figura de Julián Romero en pie, con vestidura de cota, como arma defensiva del cuerpo y tejido de malla, con la espada sujeta entre sus manos. Nada se sabe de aquello.

No faltó en aquellos años, algún comentario periodístico donde se consideraba interesante enumerar los hechos gloriosos en “los planos de lienzos que hay en la calle nueva” que lleva su nombre; realizar una copia del retrato al óleo que hizo el Greco (actualmente en el Museo del Prado), titulado “Julián Romero y su santo patrón” para exponerlo en lugar sobresaliente del Palacio de la Diputación Provincial o en la Galería de retratos de la Casa Consistorial.

Nunca es tarde para

“El gran maestre de campo

el valeroso Julián

merecedor, por sus hechos,

de nombre y fama inmortal”

(Del Romancero de Pedro Padilla - 1583)

Muere el insigne militar, Julián Romero el 13 de octubre de 1577, a los 59 años de edad, cerca de Cremona (Italia) caído de su caballo, en una muerte donde todavía no hay unanimidad en cuanto a su causa.