SEBASTIAN BONILLA: UN EJEMPLO DE ESFUERZO Y EFICACIA

Antonio Rodríguez Saiz

 

Aquellas personas que me leen con frecuencia saben que valoro y reconozco con afecto a esos ciudadanos que con honradez, tesón y constancia han luchado con firmeza para la consecución de sus nobles propósitos y empresas, son dignos de consideración.

No figuran sus nombres en ningún diccionario de personajes ni en el callejero de ningún lugar de nuestra geografía. No traspasaron con su labor en referencia a la ciudad – he escrito – los límites más allá del Cerro del Socorro, Rey de la Majestad o San Cristóbal ni tampoco los hitos o linderos que la marcan pero sí tienen un lugar preferente en la memoria colectiva de la ciudad de Cuenca donde transcurrió su existencia; gozaron del respeto, estima e incluso admiración y popularidad, en el mejor sentido de la palabra.

Uno de estos ejemplos, llegué a conocer en mi niñez, y que perdura en el recuerdo de ciudadanos con edad provecta y estudiosos de la primera mitad del siglo XX tuvo una vida de esfuerzo, ingenio y afán de superación que puede ser considerado, en algunos aspectos, un adelantado de su tiempo, en la pequeña ciudad castellana donde desarrolló su actividad.

Su nombre: Sebastián Bonilla Fuentes.

Nació este dinámico emprendedor en Tarancón el día 20 de enero de 1871 y desde pequeño ayudó a sus padres en la tahona que eran dueños donde se cocía y vendía el pan hasta que tuvo que incorporarse a filas para cumplir el servicio militar destinado en Cuba en plena guerra que acabó con la independencia de la isla. Estuvo a las órdenes del general Joaquín Vara del Rey, muerto en combate, militar laureado y según crónicas reconocido hasta por sus enemigos.

El joven Bonilla fue herido en combate y tres meses antes de la terminación de la guerra (1898) fue ascendido a cabo.

Al regreso a España provisionalmente fue funcionario de telégrafos y después, en sociedad tuvo una bodega en la histórica villa de Belmonte.

Contrajo matrimonio con Orosia Jiménez Jiménez, natural de Fuente de Pedro Naharro, localidad próxima a Tarancón. Tuvieron cinco hijos: Mercedes, Petra, Jesús, Francisco y Pedro.

Una vez establecido en la capital inauguró su primer bar el año 1913 en la calla Mariano Catalina nº 44 (Carretería), nombre que tenía la principal arteria de la población desde hacía diecisiete años. Coincidía el año de la inauguración del bar con el fallecimiento del famoso académico y político conquense que daba nombre a la calle.

El Bar Tupi Bonilla, así se llamaba, fue el primero (propiamente dicho) establecido en la histórica calle. Para que el lector reconozca su situación, estaba justamente donde ahora vemos la Heladería Capri (de nueva construcción) debajo de la redacción del periódico La Tribuna y con anterioridad vivienda del músico y compositor Nicolás Cabañas. Cabe anotar, también, que en 1913 se inauguró (5 de septiembre) la Plaza de Toros del industrial Caballer, entre Casablanca y Paseo de San Antonio y en las fiestas patronales de este año actuó con éxito Luis Esteso (n. San Clemente) y su compañera “La Cibeles”, actor cómico y autor de las desafortunadas Coplas.

Un año triste, de mala cosecha del que Leopoldo Garrido escribía en “El Liberal”: “Cuenca despide 1913 con el modesto traje de todos los días, sin ruidos ni algazaras, convencida de que otro año llegará y que igual será para ella en olvidos y recuerdos”. Ese año comenzaba con un nuevo alcalde, Eduardo Moreno Ortega.

Diez años después (1923), sin temor al fracaso porque su esfuerzo y calidad en el servicio se había acreditado abrió el Bar Regio Bonilla el doce de diciembre de ese año en la c/ Doctor Alonso Chirino (célebre médico conquense, siglos XIV y XV), casino-bar dotado de elegancia y confort, con una gran mejora de sus instalaciones, que sería muy frecuentado por la sociedad conquense, era un amplio salón para cincuenta mesas, con techo muy alto y ventilación permanente por tubos aspiradores para purificación del aire. En épocas recientes estuvo allí el Banco alemán Deustche Bank.

Era el año del golpe de estado del general Primo de Rivera, que en la capital se recibió con indiferencia y escasa ilusión, con un Ayuntamiento en estrechez económica grave y falta de estima entre los vecinos.

Sería el año 1933, en plena II República, cuando inauguraría su último y definitivo establecimiento, Bar Espumosos Bonilla que estuvo abierto al público ininterrumpidamente hasta el año 1982 por demolición de la casa donde se encontraba en la actual Plaza de la Hispanidad para edificar la sede provincial de la Caja Rural de Cuenca (Globalcaja).

Era el Bar Bonilla un local de 200 m2, con reservado, mesa de billar (de setas), que ocupaba un espacio hasta la calle Colón con 6 tinajas al fondo de 60 arrobas de vino cada una (16 litros/arroba).

A propósito de esto último hay que recordar que ya en el bar anterior de la calle Doctor Alonso Chirino, se anunciaba en 1926 en la prensa local la venta de vino blanco procedente de la localidad toledana de Yepes, en el valle del rio Tajo. “Es el mejor – decía- Por consiguiente, no sirvan en la mesa otro, pues es el único que vale para beber, durante la comida como para ultimar los postres de todo gran menú”. Contundente afirmación del popular Bonilla que añadía el precio al público: arroba 5’50 pts; 8 litros, 3 pts; 4 litros, 1’50 y 1 litro a 0’40 pts.

Si hubieran sido estos establecimientos simplemente 3 bares en la tranquila y pacífica ciudad no serían recordados por quienes tuvimos ocasión de conocer, por edad, al menos el último de ellos.

El éxito del emprendedor Sebastián Bonilla al frente de sus establecimientos que regentó y que fueron emblemáticos en gran parte del siglo XX tenían su fundamento y variados motivos ¿Cuáles eran?.

Ofrecía productos auténticamente naturales. Sus especialidades principales eran el café exprés que saboreaban con deleite su perseverante clientela, aumentada cuando se celebraban festejos taurinos en la ciudad. Era costumbre de los auténticos taurinos tomar café en el Bar Bonilla antes de ir a la Plaza de Toros.

Muy famosa fue siempre su excelente horchata de chufas, verdaderamente exquisita, causa de visita obligada para los conquenses y visitantes que llegaban a la capital; servida en original vaso de cristal resistente con llamativa anchura en su parte superior.

Se sentía muy contento y orgulloso Bonilla, según me contaba su nieto Cristino, de un jarabe blanco especial para todo tipo de refrescos que fabricaba, cuya principal cualidad era que no fermentaba con el paso del tiempo (lo que había en el mercado al poco tiempo de su elaboración se volvía gelatinoso). Una novedad de gran calidad que tuvo entre sus clientes el Hipódromo de la Zarzuela (Madrid). El precio de la garrafa de 16 litros era de 40 pts, incluido el envase.

Junto al cuidado e interés que mostraba la calidad de sus productos debo dejar constancia que la popularidad y prestigio de sus establecimientos eran también por el trato amable que el cliente recibía continuado por sus hijas Mercedes y Petra, de una exquisita amabilidad y educación que recordarán aún muchos conquenses.

 

Todo ello tenía como consecuencia que el Bar Bonilla – en sus diferentes establecimientos – fuese frecuentado por personas de todas las clases sociales y con tendencias políticas diferentes, incluso en los momentos difíciles por los que atravesó España y por tanto la ciudad, sin que ello alterase la tranquilidad que en él se respiraba con tolerancia y respeto por parte de todos. Un ejemplo, sin duda, digno de ser imitado.

A Bonilla le gustaba viajar especialmente por la geografía española y adquiría anualmente un Billete Kilométrico de Renfe por 219’11 pts para 4000 km. También tenía pasaporte, no frecuente en aquellos años, era, sin duda, un adelantado a su tiempo.

En uno de sus viajes embarcó en Barcelona con su hija Mercedes. Era costumbre que los pasajeros en algún momento subieran a cubierta donde comentaban el motivo del viaje, entre otras cosas, y cuando le tocó el turno a Bonilla dijo que “iba a comprar una tonelada de ortografía para estar a la altura de sus amigos”. Un pensamiento que va mucho más allá de la pura anécdota y humor que siempre tuvo.

Decía Albert Einstein que una persona si no ha cometido un error es porque nunca ha intentado algo nuevo, y así superado el medio siglo de existencia, el taranconero muy arraigado en la capital de la provincia inicia una nueva aventura para él desconocida y alcanzaría más notoriedad y fama añadida.

El año 1918 (víspera de nochebuena), el concejal González Espejo (sería después alcalde) presentó a la Corporación Municipal una propuesta para que estudiase y deliberase sobre la implantación de un transporte público de viajeros que enlazase la parte alta y baja de la ciudad, desde la Ventilla a la Plaza Mayor. Propuesta que recibió la adhesión unánime del alcalde, Eduardo Moreno y concejales e incluso se ofreció una ayuda económica animando a participar en el concurso público pero que no tuvo el resultado deseado y así sucedió en posteriores ocasiones que se volvió a intentar hasta el año 1927, siendo alcalde Cayo F. Conversa, que se aprueba el pliego de condiciones y la adjudicación del servicio de autobús urbana desde la Ventilla a la Plaza Mayor a Sebastián Bonilla por ser el concursante que ofrecía las mejores condiciones comunicándoselo al interesado por escrito del alcalde fechado el 17 de marzo de 1927. Según se leía en la revista “La Ilustración Castellana“(8-5-1927) “era una necesidad sentida entre las dos poblaciones, la de la altura y la del llano”.

Comenzaba, repito, una nueva aventura que se iniciaba con el primer viaje urbano en Cuenca el 1 de abril de 1927 con el autobús matrícula CU-587. Ese día la recaudación fue de 37 pts y los precios según trayecto era los siguientes:

  • Ventilla-Plaza Mayor   - 25cts
  • Ventilla-Trinidad, Trinidad-San Felipe,     
  • San Felipe-Plaza Mayor – 10 cts cada uno

Cuatro días después de la inauguración ya aparecían estos versos en “El Día de Cuenca” (nº 1658) firmados por Manganilla

“El público se apelmaza
cual pipas de calabaza
en el nuevo auto-tranvía
que circula todo el día
de la Ventilla a la Plaza.
Por eso alegre pensamos
cuando en rueda ajena
de la Plaza a la Ventilla
poli – tani – zamos”

Y hasta los chicos cantaban por las calles esta coplilla

Para subir las cuestas
quiero a Bonilla
que las cuestas abajo
voy de puntillas”

Pienso si estaré equivocado al decir que el interés de Bonilla por esta nueva aventura no ser iría fraguando tiempo antes, si tenemos en cuenta los anuncios que en 1925 aparecían en “La Voz de Cuenca”: “Para comodidad y seguridad en sus viajes o paseos utilice el auto marca Dodge que para el servicio público ha puesto el chofer Emilio Romero: Avisos Bar Regio Bonilla”

El popular Bonilla y su automóvil sería motivo de escritos, comentarios y anécdotas de las que me permito reproducir algunas de ellas.

En el número 13 de “La Ilustración Castellana” aparecen ocho viñetas dibujados por Diderot (Eduardo) de la Rica, recordado poeta, con el títuo de “Si a Cuenca vas de turista, has de seguir esta pista”. Pues bien, en la viñeta III debajo del dibujo donde aparece el autobús de Bonilla junto al Olmo de la Ventilla se lee “En el auto de Bonilla/ montarás en la Ventilla”. Reconocía la necesidad e interés que tenía para los visitantes este medio de transporte en la pequeña e histórica ciudad que no llegaba a los 14.000 habitantes y que lleva más de un siglo sin ver solucionado el problema.

Anécdotas sobre el novedoso acontecimiento hay un buen número de ellas, con frases y dichos suyos surgidos de su voz y al volante con sus grandes gafas oscuras y su característico guardapolvos.  Veamos algunas de ellas:

Cuando el autobús pasaba por la puerta de San Juan, con voz potente decía: "Carne alante”, para nivelar el peso, porque los viajeros tenían las costumbre de ponerse en la parte trasera y le costaba al vehículo superar ese repecho.

Si el autobús tenía alguna avería que era con alguna frecuencia exclamaba esta maldición “Ábrete tierra y trágame con coche y todo". O esta otra dirigida a alguno “Ojalá te compres un coche”

La que más ha transcendido y perdura en el tiempo, es la del cura que perdió el tren y tenía que volver al Seminario de San Julián en la Plaza de la Merced. Una vez realizado el servicio, que fue especial para él sólo, al no estar dentro de los horarios establecidos le dijo que tenía que abonar una peseta. Se le hizo caro y para evitar la discusión le invitó a subir en el autobús otra vez y lo llevó nuevamente a la estación del ferrocarril, diciéndole que ahora podía subir con sus propios medios y así le saldría gratis.

Sebastián Bonilla Fuentes, ejemplo de superación, esfuerzo y honradez en tiempos nada fáciles, como dije al principio, no figura en los diccionarios y enciclopedias del saber pero si permanece en la memoria colectiva de Cuenca, ciudad que eligió para vivir hasta su fallecimiento ocurrido el 28 de marzo de 1953, en su domicilio, entonces Plaza del Generalísimo nº14 a las 10 de la mañana por senectud (82 años) según figura en el certificado de defunción.

 

Marzo, 2022