EL FAMOSO AVIADOR LOYGORRY REALIZA EL AÑO 1912 EL PRIMER VUELO SOBRE CUENCA


 Antonio Rodríguez Saiz

 

Cuando el famoso nigromante conquense, Eugenio Torralba realizo su fantástico vuelo que describe, entre otros Cervantes, (segunda parte de El Quijote, capitulo XLI), en el pasaje de la aventura de Clavileño y pone en boca del caballero andante la hazaña del licenciado que, “llevaron los diablos en volandas por el aire caballero en una caña, cerrado los ojos y en doce horas llego a Roma y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte del Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto”, no podía imaginar que varias centurias después, en la ciudad que lo vio nacer, en el barrio de San Martin, un hecho singular pero real sucedió para asombro, regocijo y alegría de sus habitantes que vieron como el ingeniero Benito Loygorry Pimentel, primer piloto español titulado en la historia de España se elevaba del vuelo con su biplano ejecutando posteriormente unos aterrizajes perfectos con gran pericia y riesgo.

Ocurrió como gran atracción de la Feria y Fiestas de San Julián en 1912, es decir hace 105 años.

Dos años antes, Benito Loygorry había obtenido a la edad de 25 años (30 de agosto de 1910), el titulo de piloto por la Federación Aeronáutica Internacional en la Escuela Farman de Mourmelon (Francia), avalado después por el Aero Club de España. Sería el primer español (aunque nacido en Biarritz, de origen vasco) que consiguió ser piloto aviador; cumplía así el sueño y deseo desde que viera las exhibiciones de los hermanos Wilbus y Orville Wrigth en el país vecino, diseñadores y fabricantes del primer avión. Con esa ilusión vivió hasta su fallecimiento en 1976, a la edad de 91 años.

Desde aquel momento, primero con su “Henri Farman” que le costó 35.000 francos, realizo por España exhibiciones deportivas, San Sebastián sería la primera ciudad donde iniciaría sus espectáculos públicos con un vuelo de veinticinco minutos de duración en presencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Trascurridos unos meses, le seria impuesta por el rey de España la Cruz de Isabel la Católica.

Aquel año, Loygorry Pimentel efectuaría demostraciones esplendidas llenas de pericia y colorismo en 15 ciudades de la península.

En Cuenca, como he dicho anteriormente, realizaría seis vuelos dos años después.

Para ello, una comisión nombrada al efecto fue la encargada de organizar el insólito espectáculo que realzaría más las fiestas dedicadas al segundo Obispo de Cuenca. Estaba presidida por el fundador y director de El Liberal, Leopoldo Garrido, desde donde hizo la crónica varios días junto con El Mundo, de ambos periódicos he tomado varios datos para este sencillo recuerdo. Figuraban dos técnicos vocales, el arquitecto municipal Elicio González Mateo y Rafael Blasco en función de inspector.

Para que la exhibición aérea en la ciudad de Cuenca fuese un éxito se tuvieron que adoptar una serie de medidas preventivas: habilitar un campo de aviación, construcción de un hangar y su correspondiente zona de seguridad en el espacio que hay entre la carretera de Alcázar y la margen izquierda del rio Júcar.

El hangar se construyó en el lugar más apartado de la pista del aeródromo, donde lógicamente no se permitía el acceso al público ni tampoco a la zona de seguridad, prohibiéndose el acceso de carruajes en las inmediaciones. Se contó con un servicio y colaboración de la Cruz Roja, que desde su puesto de socorro estuvieron atentos a las incidencias que afortunadamente no hubo. El puesto estaba ubicado en la huerta propiedad de conquense Lorenzo Redondo.

Los precios para presenciar el magno acontecimiento deportivo se fijaron en 1,50 pesetas para sillas de primera fila; 1 peseta para localidades de segunda y tercera y 25 céntimos para entrada general.

Mientras hacían los preparativos, en la primera quincena de agosto, la comisión tuvo que efectuar un anticipo al piloto Loygorry de 1.000 pesetas. Solía cobrar el aviador entre 10.000 y 15.000 pesetas.

El biplano embalado llego a Cuenca en el tren mixto el día primero de septiembre; un día después lo hizo en el tren correo el mecánico y a veces copiloto, José Botas, para proceder a su montaje, probar los equipos y revisar el campo de aviación preparado para tal fin y que a juzgar, por la prensa reseñada, resultó muy de su agrado por sus  excelentes condiciones, solamente superado por el de la capital navarra de entre todos los que se habían realizado este tipo de eventos.

El biplano “Sommer” adquirido por Loygorry en Paris el año 1911 estaba totalmente metalizado. Tenía 13,5 metros de anchura y 11 metros de largo; su estabilidad lateral se lograba por medio de aletas y la longitudinal por un mecanismo añadido para aumentar su firmeza. La potencia del motor era de 50 caballos, podía llegar a alcanzar una media de 90 Km/h y su consumo era de 35 litros de gasolina y 7 de aceite por cada hora de funcionamiento.

También llegaría en tren correo la víspera de la exhibición el ingeniero y piloto Loygorry. En la estación de ferrocarril era esperado entusiásticamente por los tres miembros de la comisión y curiosos que tuvieron noticia de su llegada.

El joven y ya experto piloto, Benito Loygorry Pimentel, realizo su vuelo en Cuenca el 4 de septiembre, acompañado de un tiempo excelente que, sin duda, ayudo a que el gran espectáculo, que por primera vez se veía en Cuenca, resultase apasionante y muy divertido; fue seguido por más de 8.000 personas, entre quienes abonaron la entrada y aquellos que se situaron en los aledaños e inmediaciones del preparado campo de aviación. Cuenca en 1912 no llegaba a los 12.000 habitantes.

Debido al calor, el inicio del vuelo se tuvo que posponer y el despegue se hizo dos horas después del horario establecido, iniciándose a las seis de la tarde, llegando a elevarse a 180 metros de altura durante siete minutos; en el segundo llego a conseguir una altura de 250 metros con un recorrido de 12 kilómetros y un perfecto aterrizaje en el centro de la pista; en el tercer y último vuelo, fue acompañado por un teniente de la Guardia Civil de nombre, Antonio Seoane que se había prestado voluntario para satisfacer su ilusión por volar. En este último vuelo la altura alcanzada por el biplano en su demostración fue menor que las anteriores.

El éxito y resultado obtenido por Loygorry en esta primera jornada fue motivo de muchas muestras de felicitación por las autoridades asistentes que el piloto recibió con agrado.

 

La segunda jornada tuvo lugar el 7 de septiembre a la misma hora con tres ascensiones de 5,6 y 7 minutos de duración ante numeroso público que volvió a presenciar la espectacular demostración sobre el aire conquense y que concluyo afortunadamente, para satisfacción de autoridades, organizadores y espectadores.

Terminaba así la fiesta de la aviación, como lo titulo la prensa, con un éxito total del joven Loygorry que cinco días después volvería a repetir la exhibición en Andújar, ya en tierras andaluzas.

Solo una pequeña desilusión entre los conquenses fue motivada por no volar sobre la ciudad y hacer giros sobre ellas como se había anunciado a los habitantes de la antigua Conca. El biplano solo volaría en las dos jornadas sobre los parajes de la Vega Tordera atravesada por el rio Moscas, con sus casas de huerta y diversos cultivos en el término de Cuenca; la Abengozar, aldea agrícola ubicada en el término del vecino municipio de Villar de Olalla y el paraje conocido con el nombre de Garabatea, junto al Júcar, cerca de la desembocadura del rio Nohales.

Una queja tuvo que recibir el gobernador civil interino, Ballesteros Rubio por parte de los jefes de la Guardia Civil, dolidos por el trato recibido por la comisión después de su dedicación y entrega para que tuviera éxito la fiesta, situándolos “en un lugar cualquiera del sitio donde se celebraba y que a pesar de existir tribunas para invitados, la comisión no se había dignado ofrecerle ni el más mínimo lugar que pudieran presenciar dicho espectáculo”. El gobernador considero muy justa su queja y les ofreció su palco para que lo utilizaran como considerasen conveniente.

De todas formas el público quedo encantando con esta demostración aérea alegrando las decaídas fiestas de San Julián que también tuvo sus días de toros y Juegos Florales como aliciente cultural.

Se hacia aquellos años de principios del siglo XX aquello que Leonardo da Vinci, símbolo del Renacimiento y adelantado de su tiempo había profetizado siglos antes: “El gran pájaro alzara su vuelo, desde la cima de una colina llenando el mundo de su fama, al Universo de estupefacción y dando gloria eterna al lugar que lo vio nacer”.

El recuerdo de lo vivido con la atracción protagonizada en Cuenca por Loygorry, duro muchos años en la memoria colectiva, como pude comprobar ante un acontecimiento parecido, no igual, con la exhibición en el campo de La Fuensanta del príncipe Cantacuzeno el domingo 20 de octubre de 1957, piloto húngaro combatiente en la II Guerra Mundial exiliado en España, que haciendo acrobacias con su avioneta BU-133 se ganaba la vida y ayudaba económicamente a sus compatriotas en la misma situación. Ante un estadio lleno de público igual que en sus alrededores, especialmente en el “tendido de los sastres” (pared del cementerio viejo), el príncipe Cantacuzeno, inicio sus vuelos desde el cercano pinar de Jabaga, realizando varias pasadas con la avioneta invertida y vuelo cabeza abajo ante el asombro de los que presenciábamos las arriesgadas acrobacias, algunas a ras de suelo donde no falto un momento de mayor peligro, cuando con su avioneta invertida, Cantacuzeno rozo unos cables. Afortunadamente quedo en un susto.

Aquella exhibición, que me parece recordar, fue precedida por un partido de balonmano masculino, nos pareció de corta duración: 10 minutos aproximadamente. Aún perdura en la retina de quienes lo presenciamos, después de 60 años. Los precios de este espectáculo aéreo oscilaban entre las 100 y 4 pesetas.