La Ciudad juró en el siglo XVI, celebrar la fiesta de San Roque

Antonio RODRÍGUEZ SAIZ

 

"Los que tocados de la peste invocaren a mi siervo Roque, se librarán por su intercesión de esta cruel enfermedad".

 

Cuenta la tradición, mantenida a través de siglos, que un día al morir, aún joven, el santo Roque, tenía a ambos lados unas tablillas donde estaban escritas esas palabras.

Cierto es que, aunque natural del Languedoc en Montpellier, vivió los estragos de la terrible enfermedad de la peste y asistió a los enfermos en lugares como Aguapendente en la región de Toscana, Cesena en la Romania y en la misma Roma.

Aquella terrible enfermedad causó una gran mortandad en Europa, llegando también a tierras castellanas a mitad del siglo XIV, con brotes diversos en aquellos años y siguientes. Se cuenta que el mismo rey Alfonso XI murió a consecuencia de una epidemia de peste e igual triste destino corría el príncipe Alfonso, hermano de Enrique IV.

LA PESTE EN CUENCA EN EL SIGLO XVI

No escapó de ello la ciudad de Cuenca a principios del siglo XVI y como ya estaba por aquellos tiempos muy extendida entre los cristianos la devoción a San Roque, hace dos siglos que el arquitecto e historiador conquense Mateo López nos recordaba en su manuscrito que "en la peste que se padeció en Cuenca en los años de 1508 y 1509 se juró por la ciudad celebrar todos los años la festividad de San Roque, y se decretó que los ayuntamientos de la ciudad se tuvieran fuera de ella; el primero se celebró en Albaladejito y otros en Chillaron, Cólliga y otras aldeas inmediatas a Cuenca", y así se reflejan en las actas del Concejo de 1588".

Antigua es, por tanto, esta fiesta entre los conquenses y así ha ido celebrándose a lo largo de generaciones hasta el momento presente.

Llegó a existir en Cuenca una ermita bajo la advocación de San Roque, que servía de enterramiento para los que eran ajusticiados, hasta que los franceses, a su paso por la ciudad, la incendiaron, teniendo que trasladar a la iglesia de San Antón las imágenes rescatadas y que desfilaban en las procesiones de Semana Santa.

En esta ermita tenían cobijo las cofradías de la Sangre de Cristo, Veracruz y Misericordia, llegándose a plantear en algún momento la petición de ser hermanos todos los habitantes del pueblo conquense.

EL CONCEJO SOLEMNIZABA LA FIESTA DE SAN ROQUE

También en el pasado siglo continuaron celebrándose con bastante esplendor los actos religiosos, que concluían con una procesión, que contaba con la asistencia de la banda de música de la Casa de Beneficencia, recorriendo el trayecto desde la iglesia de San Antón hasta la Catedral, tomando el Concejo mucho interés en ello, como puede comprobarse en numerosos escritos. Una muestra puede ser éste de 1860 del alcalde Ramón Cobo: "El Ilustrísimo Ayuntamiento, continuando con la devoción constante al glorioso San Roque, tiene dispuesto solemnizar sus anuales cultos de la manera que se viene haciendo en años anteriores y con el fin de que la procesión sea lo más solemne posible, invito a los hermanos mayores de las Cofradías establecidas en esta ciudad con el objeto de que sirvan disponer la asistencia de seis individuos de cada una con velas encendidas, cuya ceremonia tendrá lugar el día 16. No dudo se prestarán gustosos a mi invitación con más motivo en el presente año, en que la peste amenaza a poblaciones no lejanas de la que el glorioso Santo es especial abogado".

Tampoco faltó en una ocasión un desagradable incidente ocurrido en 1841, cuando varios jóvenes de la capital se dedicaron a hacer disparos en la iglesia del vecino pueblo de Valdecabras, (que alberga un excelente retablo felizmente restaurado), y en un momento de la función religiosa en honor del santo, maltrataron a algunos de sus moradores, hicieron toda clase de tropelías, motivo que dio origen al seguimiento de una causa criminal para quienes fueron los bárbaros provocadores.

Pero este tipo de hechos fue una excepción, en varios siglos, que nunca empañó el significado y respeto que esta fiesta tuvo para los conquenses, que siguieron celebrando sus cultos en honor de San Roque, posteriormente, en la iglesia de San Miguel (hoy escenario de la Semana de Música Religiosa y diversos actos culturales a lo largo del año), donde en uno de sus altares había un cuadro pintado en lienzo, obra del famoso conquense Andrés de Vargas, allá por el año 1663.

Fue en agosto de 1925 cuando un grupo de conquenses expresaron su intención de fundar en esa iglesia, una de las más antiguas, una hermandad o cofradía, pero por diversas causas no se llevó a efecto. Pasado el tiempo y, al quedar destrozada la iglesia de San Miguel en la guerra civil, siguieron los devotos celebrando culto "protector contra el azote de la peste", en la capilla del Pozo, antes llamada de la Asunción, en la Catedral Basílica de Cuenca.

LA MODERNA CONGREGACIÓN DE SAN ROQUE

Por fin, el 27 de julio de 1947, bajo la presidencia del capellán de San Nicolás, se reunieron Florentino y Carlos Cañas, Lázaro Martínez, Manuel Cano, Julián y José Morón,

Tomás Solera, Germán Nielfa, Luis Antón, Agustín Fernández y Rómulo Silva, decidiendo constituir la Congregación de San Roque en la citada iglesia, sita en la recogida plazuela que lleva su nombre, entre el convento de las Angélicas y el antiguo palacio de la familia Cerdán de Landa (hoy Casa-Museo Zavala).

La imagen del titular fue obra del escultor afincado en Cuenca, Bieto Masip y la policromía de Tomás Solera Amor. Fue nombrado congregante mayor Florentino Cañas y secretario Germán Nielfa, dos personas vinculadas a la hermandad con gran dedicación y amor a ella hasta su muerte. Era entonces la cuota anual de dos pesetas. Cabe reseñar que San Roque es patrón de los funcionarios y empleados municipales.

El recorrido de la procesión del día 16 de agosto en algún tiempo, era el mismo durante cuatro años seguidos: plaza de San Nicolás, San Pedro, Plaza Mayor y regreso a la iglesia de partida, variando al quinto año, que lo hacía por San Nicolás, San Pedro, Plaza Mayor, Severo Catalina (Pilares), Armas, Bajada al Río, San Miguel y regreso.

La imagen de San Roque sigue saliendo en procesión por las calles de Cuenca, aunque en un trayecto muy reducido. El santo protector del antiguo azote de la peste es también el patrón de los empleados municipales. (Foto: Ramón Herráiz)

 

Debido a la humedad existente en la iglesia de San Nicolás, que dañaba la imagen y altar (en varias ocasiones tuvo que repararla gratuitamente Ángel Redondo), así como el permanecer la iglesia cerrada todos los días de la semana, excepto los lunes, y que en la iglesia de la Virgen de la Luz, aunque se celebraba el novenario no había hermandad, se propuso a finales de 1956 trasladar la imagen a la iglesia de San Pedro, que recientemente había sido reparada, aceptándose pero dejando el traslado para mejor ocasión, al no disponer de medios económicos suficientes, hecho que nunca se llevó a cabo y sin embargo sí se hizo al templo de San Felipe en 1970, recibiendo allí culto en la actualidad.

Son varios los actos religiosos que ahora se celebran, incluida la procesión el día de la festividad de San Roque, recorriendo las calles de Alfonso VIII y Plaza Mayor, en la parte alta de Cuenca. Pero no puede decirse que tiene el esplendor de antaño, pese al esfuerzo de algún reducido número de personas que continúan la tradición de siglos, tales como Daniel y su esposa, siempre dispuestos para todo, Enrique Vindel, Lorenzo Antón, Javier González, José Picazo Algarra, Castellanos y Miguel Martínez.

La apatía parece haber hecho mella en el más de un centenar de miembros con que cuenta la hermandad, acentuado quizás por la fecha de celebración, coincidente con el mes del año más propicio para las vacaciones y viajes a otros lugares, colaborando en gran medida los tiempos que corren.

Yo, acaso ingenuamente, tengo confianza -¿o se confunde con el deseo?-, ahora que vuelven en muchos lugares a resurgir viejas tradiciones de siglos, que esta festividad celebrada de tan antiguo en la ciudad de Cuenca, con juramento de ello en el siglo XVI permanezca, si no con la brillantez de antaño, sí con la suficiente para que se mantenga a mejor altura que en el momento presente.