Antonio Rodríguez Saiz
Antonio Rodríguez Saiz
Dominando desde la altura la ciudad de Cuenca, antiguamente se hallaba el castillo, a cuyos pies se extendían las murallas con sus puertas, postigos y torreones que abrazaban a la ciudad como protección y defensa.
Van disminuyendo los vestigios, lamentablemente, pero aún podemos observar algunos. El inexorable paso del tiempo ha hecho fuerte mella en las defensas y ello unido a la desidia y falta de sensibilidad en no pocas veces, se ha llegado al estado actual, pese a las voces aisladas y lamentos, que en todo tiempo se han dado para que no llegase a este estado.
"¿Por qué el celo de nuestros abuelos en derribar estos nobles vestigios que hoy serían nuestro orgullo?". Así se lamentaba alguna vez y con razón el poeta conquense Federico Muelas, quien a fuerza de querer tanto a su tierra, sufría y amaba al mismo compás, aunque otros pensasen que eran "las cosas de Federico".
Un ejemplo para ilustrar lo dicho puede ser la puerta de Valencia, donde la piqueta demoledora no dejó ni rastro de ella aunque no pudo hacer sucumbir el recuerdo, aún permanente entre nosotros. Pero, sólo eso... el nombre y el recuerdo.
Junto con la puerta de Valencia tenía Cuenca, la del Castillo, San Pablo, Postigo, Huete y San Juan, a las que habría que añadir los postigos de San Martín, Descalzos y San Miguelillo.
DE ORIGEN ANTIGUO, FUE REEDIFICADA EN EL SIGLO XVI
Según nos cuenta Muñoz y Soliva fue reedificada la puerta de Valencia y así figuraba en la inscripción que había en ella: "Reinando la magestad de D. Philippe, nuestro señor, dos de este nombre los muy ilustres señores Cuenca mandaron reedificar esta puerta siendo corregidor el muy ilustre señor Don Juan de Beamot é Navarra, caballero de la orden de Santiago, año 1574". Un año antes se había posesionado el corregidor y Justicia Mayor de las ciudades de Cuenca y Huete.
La puerta de Valencia estaba situada junto al puente del mismo nombre sobre el río Huécar, que ya existía desde tiempos del rey Juan II y que renovó junto con el de San Martín, el obispo Pimentel, aquel ilustre prelado que con humildad renunció al arzobispado de Sevilla y siguió para siempre entre los conquenses, reposando sus restos en la capilla mayor de la Catedral. Su escudo de armas estuvo en un pilar del puente hasta el año 1936.
Pasó el tiempo y, cuando faltaba poco para que la puerta de Valencia, reedificada, cumpliese trescientos años, en sesión del Ayuntamiento celebrada el día 16 de diciembre de 1865 se acuerda formular una consulta para que Juan José Trigueros, arquitecto municipal, informase sobre la posibilidad o conveniencia de hacer desaparecer la puerta de Valencia.
Era el tercer día del año siguiente cuando el mencionado arquitecto informaba que había reconocido la antigua puerta de Valencia y consideraba "conveniente su demolición para dar más amplitud a las avenidas que se reúnen en el punto que esta puerta se encuentra".
Con un breve y pobre informe el arquitecto considera suficiente contestar y siete días después la Corporación Municipal que regía nuestra ciudad de algo más de siete mil habitantes, tomaba la decisión de suspender el derribo, hasta que se efectuase la proyectada reforma en la cercana plazuela de San Vicente.
No obstante, a mediados de abril de 1866, la Corporación se volvió atrás del acuerdo y sin que se hubiese consumado el plazo se aprueba el derribo inmediato, para lo cual el alcalde de Cuenca, en esa época Lesmes del Castillo, uno de los mayores propietarios de viviendas, debía contratar la persona que se comprometiese abonar al Ayuntamiento la cantidad de treinta y dos escudos, con la obligación de encargarse del revoco y reparación de aquello que como resultado de la destrucción fue necesario, siendo para el destructor el beneficio de los materiales de desecho.
En ese mismo mes de abril el alcalde indicó al pleno municipal que no existía proposición de nadie, debido a los treinta y dos escudos que debían abonar y así se tuvo que renunciar al recibo de esta cantidad.
Figura en el archivo municipal un contrato que debía cumplirse a los quince días, fechado en el segundo día de mavo de 1866. donde comparecen citados por el alcalde los vecinos de esta ciudad Sixto Martínez Rozas. Eugenio García y Manuel Mariana.
LA DEMOLICIÓN SE REALIZO EN 1866
En ese contrato Sixto Martínez, privilegiado contribuyente conquense, se ofrece para derribar la puerta de Valencia, así como el arco y la muralla inmediata, concediéndosele por el Ayuntamiento los materiales de derribo, menos las tres piedras que estaban situadas sobre el arco de la puerta, donde se podía ver el escudo de armas del corregidor Beamot é Navarra, la inscripción que figura anteriormente en este artículo y en la otra piedra el escudo de la ciudad de Cuenca. Dichas tres piedras se las reservaba el Ayuntamiento con el fin de depositarlas en el Almudí, sin especificar cuál sería su posterior destino.
Todo ello llevaba consigo, también, la reparación de la fachada de la vivienda situada en la calle Bronchales no 24 (hoy llamada Alonso de Ojeda) debido al corte que se haría en la muralla.
Dice Muñoz y Soliva que la puerta de Valencia estaba muy bien construida y cuando en 1866, justamente cien años después que junto a ella se formase uno de los grupos de manifestación del Motín del tío Corujo con la excusa de haber subido el precio del pan un cuarto en libra, la famosa puerta era derribada y cuando quedaba solamente el arco, para que se viniese abajo tuvieron que atarle una gruesa soga al quererla derribar mientras se bamboleaba de uno a otro extremo.
Así se consumó algo que nunca debió permitirse. Si era tan necesaria y conveniente su demolición podía haberse desmontado y situado en otro lugar, siempre acorde con su significado, y se habría evitado su desaparición y los escudos del corregidor no habrían servido, años después, como tapadera de una alcantarilla de la ciudad, pues ese fue su destino final.