Antonio Rodríguez Saiz
Antonio Rodríguez Saiz
Es tradición generalmente aceptada que por la parte alta de la ciudad entró Alfonso VIII en Cuenca, cruzando el puente levadizo sobre el foso del castillo. Era el día de San Mateo de 1177
El 21 de septiembre, festividad de San Mateo, sigue siendo para los conquenses motivo de alegría y recuerdo hacia la figura de Alfonso VIII que después de duro y prolongado asedio iniciado el 6 de enero toma "Conca ciudad fuerte e inespunable esta en meio de dos collados tan altos e ásperos que la facen fuerte; e debajo dellos pasan los rios que nombran fluvios Suero e Huecar. Encima dellos en un collado esta su fundación".
Podemos decir que la fiesta de San Mateo es tan antigua como la conquista de la ciudad del cáliz y la estrella, puesto que el 21 de septiembre de 1177, envueltos en la alegría de la victoria el rey, clérigos, caballeros y soldados se contagian y llenaban de inmenso júbilo y viva alegría cuando el pendón del rey Alfonso VIII que portaba D. Alonso Diego López de Haro, señor de Vizcaya, era alzado en el castillo de nuestra ciudad, al tiempo que Cuenca era puesta bajo la protección de la Virgen que, dice la tradición, ayudó a la conquista.
Aunque desde entonces el pueblo conquense siempre tuvo especial recuerdo para este suceso tan señalado, es el 19 de septiembre de 1581, reinando en España Felipe II, siendo corregidor y justicia mayor de la ciudad de Cuenca, Huete y sus tierras por Su Majestad D. García Busto de Villegas, que había jurado su cargo el año anterior, cuando se instituye y establece la festividad cívico-religiosa en el día de San Mateo, como memoria de la conquista de la ciudad de Cuenca, por el rey de Castilla Alfonso El Bueno.
Dicho corregidor, el obispo Rodrigo de Castro después arzobispo de Sevilla (hermano de otro que también fue de Cuenca), miembros del cabildo catedralicio y el cuerpo de regidores llegaron a un acuerdo para proclamar la fiesta en honor del apóstol y evangelista San Mateo.
Aún resuenan las palabras de Juan Martínez, pregonero público quien ese día acompañado de trompetas y atabales daba y hacía notorio en voz alta la buena noticia de la institución de la fiesta, por todos los rincones, plazas, plazuelas y calles de Cuenca, indicando también al vecindario la forma de participar en ella: hogueras, luces en ventanas, balcones y calles como señal de regocijo público, mientras eran invitados junto con las comunidades de eclesiásticos de las distintas iglesias y cofradías a la procesión que saldría dos días después de la catedral.
El sitio de Cuenca, visto en un antiguo grabado del siglo XIX, impreso por Casáis sobre una litografía de Serra. En primer plano, el rey Alfonso VIII recibiendo consejos sobre la mejor forma de asaltar la ciudad que, finalmente fue ganada al vencer el asedio la resistencia de los musulmanes encerrados tras las murallas
Un año exactamente corrió el tiempo hasta que las mismas personas determinaron resolver de común acuerdo "que se continué para siempre jamás la solemnidad de la fiesta deste Glorioso Santo", señalando los actos a celebrar, siendo fundamental e importante, entre otros, el momento de la cesión del Pendón Real a la ciudad y su posterior devolución al cabildo de la catedral, como viene haciendo ininterrumpidamente hasta la fecha, con algunas diferencias.
En aquellos años de finales del siglo XVI, junto con las celebraciones religiosas, entrega del estandarte y corridas de toros se hacían otros juegos y entretenimientos de carácter público, celebrándose festejos de máscaras que se permitían para las fiestas de San Mateo y no en otras ocasiones, siempre que no fuesen armados. Había torneos a pie; juegos de cañas, con sus grupos y cuadrillas de gentes venidas incluso de fuera; juego de la sortija, consistente en coger, yendo a caballo, con la punta de su lanza el anillo o sortija que había en el estafermo (muñeco giratorio) sustentado y mantenido por uno de los regidores, salido a suerte previamente entre ellos.
A la izquierda, reproducción de un privilegio concedido a la ciudad de 1190 por Alfonso VIII. A la derecha, sello de Alfonso X el Sabio, en un documento por el que se otorga a Cuenca la jurisdicción sobre el territorio de Iniesta.
Cuenca, ciudad que siempre se distinguió por su afición taurina, desde tiempo inmemorial y que veía correr por sus calles y lugares toros que lidiaban los vecinos a pie o en cabalgadura, tiene en estas fiestas de San Mateo su máximo apogeo, cuando son en la actualidad las únicas que se celebran lo largo del año con participación ciudadana.
Atrás quedan solamente en el recuerdo de la historia otras fiestas y conmemoraciones que con motivo de aniversario y efemérides importantes se celebraban y hacían correr toros como en las fiestas de San Julián, San Bernabé, San Juan, San Abdón y Senén, Virgen de las Nieves y más cercano a nuestro tiempo en el aniversario de la Revolución de Septiembre.
Ahora en la Plaza Mayor, las Casas Consistoriales con sus tres arcos de medio punto y su extraordinario archivo, la Catedral, monumento nacional, verdadero museo de varias épocas y estilos y el edificio de las Petras con su bella iglesia elíptica son junto con sus calles próximas que albergan singulares edificios que conjugan la piedra y el hierro, verdaderos testigos silenciosos de la "Vaquilla de San Mateo", donde la alegría y diversión se desborda especialmente entre los jóvenes, sirviendo a la vez de excusa y pretexto para el reencuentro de muchos paisanos y amigos que aunque no viven en Cuenca sí llevan a la tierra muy dentro y aprovechan estos días para estar aquí.
Disfrutemos, pues, los conquenses y aquellos que nos visitan en esta "Muy Noble y Leal" ciudad de estas fiestas de tanta raíz popular que en honor de San Mateo se celebran como recuerdo de haber conquistado "Conca" a los almohades nuestro Alfonso VIII, aquel rey que eligió a Cuenca como su residencia durante un tiempo, la elevó a sede episcopal y concedió para todos los habitantes y sucesores sin discriminación el famoso e incomparable "Forum Conche" (Fuero de Cuenca), favorecido después con los privilegios de Fernando III, Alfonso X y Sancho IV.