UNA PETICIÓN CON SORPRESA

Antonio Rodríguez Saiz

 

Un parte (documento oficial) enviado desde la localidad serrana de Beteta intranquilizó y conmocionó al vecindario conquense. Recibido el día veinticuatro de marzo del año mil ochocientos treinta y cuatro, a las ocho de la mañana, por el subdelegado Principal de Fomento agente principal de la provincia, después este cargo se llamaría gobernador civil, informaba “de que se acercaba a esta capital una división de facciosos procedentes de Aragón al mando de Carnicer “.

Se refería a Manuel Carnicer Griñón brigadier del ejército carlista, comandante general del Bajo Aragón y Maestrazgo. Importante figura al inicio de la primera Guerra Carlista (1833-40) conocida también por Guerra de los Siete Años, entre los partidarios de Carlos Mª Isidro (hermano del fallecido rey Fernando VII) e Isabel II, con un trágico final para el militar que fue hecho prisionero por las tropas isabelinas (o cristinas) y fusilado (1835) en el municipio burgalés de Miranda de Ebro.

   El Ayuntamiento de Cuenca que se había formado en 1833 (R.O) por elección de la Corporación y mayores contribuyentes tan pronto tuvo conocimiento de la noticia se constituyó en sesión permanente bajo la autoridad y presidencia de Pablo Blanco Caballero, corregidor del Consejo de S.M.  y justicia mayor de la ciudad de Cuenca y su tierra, con los regidores perpetuos, Esteban Falcón de Salcedo, Ignacio Rodríguez de Fonseca, Andrés Mª Cerdán Briones y seis regidores más.

Sin pérdida de tiempo, como así lo requería la situación, se tomó la decisión de cerrar puertas y portillos con el fin de obstaculizar las principales entradas de la capital para oponerse y rechazar cualquier intento de asalto enemigo, muy importante porque en ese momento solamente había para su defensa un destacamento del Provincial de Toro.

Se realizaron obras, responsabilizando a los regidores en las puertas de Huete, Postigo, San Pablo, Castillo, Valencia, postigo de San Miguelillo en las Angustias y callejón de San Miguel, reforzando especialmente la entrada principal por el puente de la Trinidad.

Se presentaron vecinos y Voluntarios Urbanos a defender y combatir contra Carnicer y su gente también fuera de la ciudad “ahuyentado por las valientes tropas que salieron de esta capital en su presencia”.

El subdelegado principal Joaquín Rodríguez informaría al Ayuntamiento que durante el tiempo que estuvo la facción carlista en aquella zona de la Serranía Conquense alrededor de Beteta no hicieron partidarios sino, por el contrario, habían abandonado más de doscientos hartos de fatigas y patrañas con el fin de atraerlos y mantenerlos a la causa.

Sobre lo mismo informaría que el comandante general proseguía su avance sobre el enemigo e intentaría unirse a otras columnas “de las leales tropas de la Reyna N. S.  que les perseguía muy de cerca “.

No llegó el temido Carnicer a la capital y retrocedió llegando a las proximidades de Orea, pequeño pueblo al sudeste de la provincia de Guadalajara para descansar continuando hacia Ojos Negros ya en territorio turolense y Campo de Monreal “su antigua guarida”, según descripción.

Aquel aviso, con fundamento, ocasionó de forma preventiva una serie de gastos en obras de fortificación para defensa que se debían continuar para evitar graves sorpresas de ataques enemigos e impedir la introducción de géneros ilícitos en la ciudad. El dinero   tomado con rapidez del fondo de Contribuciones se había agotado y eran reclamados por el intendente para su devolución.

El Ayuntamiento acordó, en su momento, que fuese el comandante general, quien reconociera la ejecución de las obras a la vez que aprobase otros gastos añadidos principalmente, socorrer a los Milicianos Urbanos que se habían presentado de inmediato a la defensa y guardaron las puertas de la ciudad.

Ante esta necesidad los regidores de Cuenca buscaron apoyo y ayuda al subdelegado Joaquín Rodríguez, intendente honorario del ejército, para que realizase gestiones con el obispo de la Diócesis Jacinto Rodríguez Rico y Cabildo catedralicio invitando a que, si lo tenían a bien, contribuyesen con un empréstito al Ayuntamiento con la aportación que considerasen oportuna.

Cumplimentando el deseo de la Corporación realizó la gestión con el resultado nada satisfactorio, por parte del obispo, que se disculpó, por escrito de no poder facilitar ninguna ayuda en estos términos: “y me es sumamente sensible no tener en la actualidad suma alguna de qué poder disponer para secundar su respetable petición y cooperar por mi parte a tan interesante servicio“. Recordaba asimismo las necesidades que había en los pueblos de la ámplia Diócesis y los sacrificios que se tenían que hacer.

Sobre el oficio enviado con idéntica petición al Cabildo manifestaba que no sabía nada porque era libre en sus resoluciones.

Igualmente, de negativa, posteriormente, fue la contestación del Cabildo por carecer – según indicó- de fondo “para los gastos de fortificaciones trazadas para asegurar á dicha capital de cualquier sorpresa que intentasen los enemigos de S.M. la Reyna. Dª Isabel 2ª”.

La verdadera gran sorpresa que se debieron llevar los regidores fue cuando se informó que solamente le podía ayudar, con alguna cantidad, si pagaban la considerable suma que el Ayuntamiento debía al Cabildo desde la Guerra de la Independencia.

Con fecha 17 de abril se remitía un contundente y esclarecedor comunicado dirigido al Ilmo. Sr. presidente y el Ayuntamiento de Cuenca firmado por el deán Gumersindo Requejo y Aguado, canónigo doctoral Pablo Lorenzo Carrasco y canónigo Pedro Martín García Alcañiz.

Dicho comunicado era traslado de un certificado del notario público por autoridad ordinaria y vicesecretario capitular Antonio Gracia y Muñoz con testimonios de la deuda   recogidos de los datos que figuraban de entradas y salidas en el libro del Archivo con precisión y exactitud e igualmente los recibos originales con la firma de los regidores comisionados de las cantidades recibidas como empréstito.

La deuda ascendía a 81.000 reales por cantidades entregadas al Ayuntamiento de entonces en las fechas 9 de mayo de 1808 (20.000 reales), 20 de diciembre del mismo año (30.000 rs) y 13 (1.000 rs), 14 (1.500 rs) y 23 de mayo de 1812 (6.000 rs).

Una situación verdaderamente infrecuente como era ante una petición de ayuda económica encontrarse con una reclamación antigua de deuda.

Si el año 1.834 la pacífica y tranquila ciudad de Cuenca pudo, pese a todo, prevenir y anticiparse a una previsible invasión, no sucedió igual con un importante suceso trágico acaecido ese año.

Fue la epidemia colérica padecida entre los meses de julio a diciembre con gran cantidad de enfermos y muertes que afectó principalmente a las personas de más bajo nivel de vida, siempre las más vulnerables, aunque también llegó a todas las clases sociales.

Un ejemplo de esta aseveración nos relata el célebre canónigo Muñoz y Soliva en su “Episcopologio” referido al penúltimo corregidor que hubo en Cuenca Blanco Caballero, citado al principio, quien tenía verdadero pánico a la enfermedad y mojaba los partes y documentos que recibía en vinagre como medida preventiva leyéndolos a distancia sujetados con unas largas tijeras ( ¿?) ; pese a sus precauciones fue también una de las víctimas.

Junio 2024